Fue la primera, tras el vacío que dejó Córdoba en 1935, de la provincia sultana en echarse a caminar y fue la que volvió a amadrinar a la que pudo ser una de las más antiguas, sí, Lucena volvió a amadrinar a Córdoba en 1978 y desde 1972 Lucena es madre y maestra de la provincia de Córdoba, la primera oficialmente en echarse a caminar desde tierras cordobesas hasta la blanca ermita almonteña.
Por ello yo siempre digo que es la madre y maestra, con sus luces y sus sombras como en toda familia pero en los últimos años con fulgores resplandecientes; con los fulgores con los que resplandece brilla, como dice el emblema oficial de la ciudad, con luz propia en las arenas del Rocío. Una hermandad con cada vez más predicamento con más gente rendida a ella «algo tendrá el agua cuando la bendicen» dicen los mayores y, en el caso de Lucena, bien cierto que es así.
No soy hermano desde hace años, cosas de la vida, pero siempre ha sido la hermandad que ha ocupado mi corazón rociero, un rociero un tanto peculicar soy yo que se aleja de todos los estereotipos de la romería pero cada Lunes de Pentecostés por la mañana cuando la Virgen se acerca al simpecao rojo y oro de Lucena, simpecado en el que van prendidas muchas puntadas de la persona que me trajo a este mundo, para mí es uno de los momentos más especiales que pueda tener el calendario. No hay para mí en El Rocío otro momento como ese momento, cuando la Virgen devuelve la visita a la Madre y Maestra de la provincia de Córdoba que se postra ante Ella.
Así se marchó Lucena, cada año con más y más esplendor, caminito de la Aldea Prometida.